Las autoridades no tienen esperanzas de encontrar con vida a ninguno de los 150 ocupantes del vuelo de la aerolínea Germanwings entre Barcelona y Düsseldorf que se estrelló ayer en los Alpes franceses, en la mayor tragedia de una compañía de bajo coste en Europa.
Los numerosos equipos de socorro que se trasladaron al lugar de los hechos, una zona escarpada de difícil acceso a casi 3.000 metros, detuvieron las labores de búsqueda en torno a las 19.00 horas, coincidiendo con la caída de la noche.
Un importante dispositivo -casi 300 gendarmes, 10 helicópteros, miembros del Ejército y personal técnico-, se trasladó al lugar de los hechos después de que el vuelo 4U9525, que había despegado de Barcelona a las 10.05 hora local se estrellara casi una hora más tarde contra una pared de la montaña, tras ocho minutos de caída.
Las autoridades consideran prematuro aventurar las causas del siniestro y no descartan ninguna hipótesis, incluida la del atentado terrorista, según aclaró el ministro del Interior, Bernard Cazeneuve, que se trasladó de inmediato al lugar de los hechos.
En pocas horas, los servicios de auxilio encontraron entre los restos del avión, prácticamente pulverizados por la violencia del choque contra la roca, una de las dos cajas negras, que será analizada en pocas horas por los expertos de la reputada Oficina de Investigación y Análisis (BEA).
Testigos que vieron caer el aparato aseguraron que este volaba de forma extrañamente baja, pero que no desprendía humo ni realizaba un ruido particular.
Por pocos kilómetros, el avión no impactó con alguna de las pequeñas aldeas alpinas que jalonan la región, lo que limita las víctimas a los 144 pasajeros, dos de ellos bebés, los dos pilotos y los cuatro asistentes de vuelo.
La mayoría de ellos alemanes, 67, junto a 45 con apellidos españoles, un ciudadano belga y un buen número de turcos, además de otras nacionalidades.
El avión transportaba entre otros a un grupo de adolescentes alemanes que había realizado en España un intercambio estudiantil.
El incesante movimiento de equipos de auxilio, gendarmes y periodistas perturbó la generalmente pacífica región del valle del Ubaye, cuyo silencio se vio roto por los constantes despegues de helicópteros, el único modo de acceder al lugar del accidente.
En particular en el pueblo de Seyne-les-Alpes, donde se han concentrado los servicios de socorro y que se encuentra a unas dos horas a pie del lugar del accidente, según los vecinos. La prioridad, explicó Cazeneuve, es ahora blindar la zona para facilitar el trabajo de los investigadores, que tendrán que determinar los motivos por los que, sin razón aparente y con un clima benigno, el avión perdió casi diez kilómetros de altitud en ocho minutos, sin que los pilotos emitieran en ese tiempo ninguna señal de socorro.
Fueron los controladores franceses quienes dieron la alarma al ver cómo el avión caía de forma brusca hasta que se perdió el contacto con el aparato, media hora después de su despegue de Barcelona.
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