Juana estaba invitada a un matrimonio en Cochabamba, por razones de trabajo, decidió viajar en una línea aérea porque suponía que iba a llegar a tiempo a la ceremonia. Los tiempos cronometrados no permitían espacios vacíos, sería un viaje relámpago. Puntualmente en el aeropuerto esperó una hora que saliera la nave y terminó deshojando margaritas.
El pasado sábado, como ocurre algunas veces en el aeropuerto internacional de El Alto, el vuelo de Boliviana de Aviación BoA, no solamente se retrasó, sino que causó molestia en pasajeros, algunos de los cuales esperaban una conexión desde las 3.00 de la madrugada. Esta situación se resolvió para quienes viajaban a Tarija, sin embargo aquellos que deseaban llegar a Cochabamba tuvieron que decidir entre viajar con otra línea o esperar hasta las 19:00, para tomar el siguiente vuelo.
Sin embargo, para quienes decidieron cancelar el boleto, el largo peregrinar apenas empezaba. En primer lugar, un funcionario de BoA informó a Juana, que el pasajero debe redactar una carta pidiendo la devolución del pago que se hizo por el ticket, en segundo lugar esta devolución, al suponer un “trámite”, tardaría una semana. Finalmente, la infortunada soportó el mal trato, no le devolvieron un centavo delos gastos extras que tuvo que pagar a la hora de ir y retornar de El Alto, consumir un frugal bocado de un sándwich con sabor a nada y la pérdida de tiempo, porque de haber sido precavida se habría llevado un libro que lo habría leído al derecho y al revés porque le sobró tiempo para ello.
Finamente, este calvario de respuestas evasivas y soluciones poco fiables concluyó en las Oficinas de Defensa al Consumidor (Odeco), una institución inexistente en el aeropuerto, no sólo por la falta de funcionarios sino también por el “no me importismo”, de manera que los reclamos se estrellan contra el muro de los indiferentes.
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