Don Leandro Alejandro Pacheco Herrera nació el 26 de febrero de 1919 en la ciudad de Oruro, pero el destino quiso que su vida transcurriera lejos de esas tierras. Luego de estudiar la primaria y la secundaria se trasladó a la ciudad de La Paz, donde estudió mecánica de aviación y tan pronto terminó de capacitarse, en 1940, ingresó como mecánico de aviación en la empresa Panamerican-Grace AirWay Inc. (Panagra). En 1946 fue destinado a Puerto Suárez, donde conoció a la porteña María Enma Inchauste García.
Seis hijos nacieron de esa unión, cuatro varones y dos mujeres. Herlan es médico y vive en La Paz, al igual que Mario, coronel jubilado del Ejército, y María Teresa, profesora. José Alejandro, mecánico en motores diésel, es el único que siguió un oficio más vinculado al de don Leandro y también es el que lo acompaña en Puerto Suárez.
Este hombre, ya mayor, se siente muy feliz por haber educado a sus descendientes para ser personas de bien, capaces de aportar al desarrollo del país. Sólo siente tristeza por haber perdido a su hija María Angélica hace algunos años, y a su amada esposa, María Enma, que el año pasado dejó de existir después de una larga enfermedad que la mantuvo en cama.
“A pesar del dolor por haber perdido a seres tan queridos, tengo ganas de vivir y de trabajar”, apunta sonriente y rememora lo vivido desde el año 1946 en adelante. En ese entonces, el aeropuerto en Puerto Suárez, si bien no tenía pavimento, era considerado aceptable con su pista de tierra y con dos fajas de aterrizaje. Las comunicaciones eran a través del sistema morse, propio de aquellos tiempos.
Llegaban dos vuelos semanales desde La Paz de la línea Panagra, naves con capacidad para 21 pasajeros y tripulación traída directamente de EEUU. “Teníamos que saber inglés, porque ellos muy poco hablaban español. Nos capacitaban regularmente en La Paz y recuerdo que el sueldo que percibía era muy bueno”, cuenta.
Los años pasaron muy pronto y con mucho trabajo para don Leandro, hasta que en 1960 recibió la orden para ser cambiado a otro distrito. No aceptó, porque ya tenía asentada su familia en Puerto Suárez.
Esa decisión implicaba cambios en su vida laboral, pero él estaba dispuesto a enfrentarlos. Con todo ese conocimiento en mecánica de aviación y en electricidad, abrió su propio taller y en mayo de 1964 fue invitado a trabajar en las filas del magisterio, oportunidad de impulsar la Escuela Técnica Vocacional, dependiente del colgio Felipe Leonor Rivera, establecimiento considerado decano de la Educación en Puerto Suárez. Muchos jóvenes aprovecharon esta escuela para formarse.
También como mecánico contribuyó al mantenimiento del generador de electricidad que sostenía el servicio para aproximadamente 50 familias, muchas de ellas asentadas cerca de la bahía Cáceres, lugar donde estaba el puerto y por donde llegaban embarcaciones de ultramar a través del río Paraguay.
Cada nave de ésas era la atracción del pueblo, porque traían de todo para el consumo de las familias de la zona, recuerda. “Teníamos agua en abundancia, pero había que buscar cloro para mezclar, batir y esperar que asiente la suciedad y luego colar con un paño y recién poder beberla”, afirma.
El profesor Leandro, a sus 90 años, muestra con orgullo las distinciones que recibió por parte de la Alcaldía, el Comité Cívico y la Federación de Maestros, entre otras instituciones en gratitud a los servicios prestados.
El 15 de febrero de 1962, siendo prefecto de Santa Cruz Aquino Ibáñez Soruco, don Leandro fue designado corregidor. “No olvido que en las fiestas patrias, las autoridades del lado brasileño venían y compartían con nosotros, había muy buenas relaciones”, comenta.
Pese a las dolencias del corazón y a la diabetes que padece, don Leandro tiene ganas de seguir viviendo pero trabajando. “Aunque las fuerzas ya no son las mismas, mi rutina está centrada en leer periódicos, con preferencia EL DEBER”, cuenta.
Además, mira televisión y escucha radio. “Me gusta saber qué pasa en mi patria, aunque me duele que haya tantos problemas. Creo que debemos buscar la paz y armonía entre todos los bolivianos. Dejemos atrás los problemas que se vuelven conflictos de nunca acabar. Pido a Dios que tengamos alegría y paz”, finaliza.
Seis hijos nacieron de esa unión, cuatro varones y dos mujeres. Herlan es médico y vive en La Paz, al igual que Mario, coronel jubilado del Ejército, y María Teresa, profesora. José Alejandro, mecánico en motores diésel, es el único que siguió un oficio más vinculado al de don Leandro y también es el que lo acompaña en Puerto Suárez.
Este hombre, ya mayor, se siente muy feliz por haber educado a sus descendientes para ser personas de bien, capaces de aportar al desarrollo del país. Sólo siente tristeza por haber perdido a su hija María Angélica hace algunos años, y a su amada esposa, María Enma, que el año pasado dejó de existir después de una larga enfermedad que la mantuvo en cama.
“A pesar del dolor por haber perdido a seres tan queridos, tengo ganas de vivir y de trabajar”, apunta sonriente y rememora lo vivido desde el año 1946 en adelante. En ese entonces, el aeropuerto en Puerto Suárez, si bien no tenía pavimento, era considerado aceptable con su pista de tierra y con dos fajas de aterrizaje. Las comunicaciones eran a través del sistema morse, propio de aquellos tiempos.
Llegaban dos vuelos semanales desde La Paz de la línea Panagra, naves con capacidad para 21 pasajeros y tripulación traída directamente de EEUU. “Teníamos que saber inglés, porque ellos muy poco hablaban español. Nos capacitaban regularmente en La Paz y recuerdo que el sueldo que percibía era muy bueno”, cuenta.
Los años pasaron muy pronto y con mucho trabajo para don Leandro, hasta que en 1960 recibió la orden para ser cambiado a otro distrito. No aceptó, porque ya tenía asentada su familia en Puerto Suárez.
Esa decisión implicaba cambios en su vida laboral, pero él estaba dispuesto a enfrentarlos. Con todo ese conocimiento en mecánica de aviación y en electricidad, abrió su propio taller y en mayo de 1964 fue invitado a trabajar en las filas del magisterio, oportunidad de impulsar la Escuela Técnica Vocacional, dependiente del colgio Felipe Leonor Rivera, establecimiento considerado decano de la Educación en Puerto Suárez. Muchos jóvenes aprovecharon esta escuela para formarse.
También como mecánico contribuyó al mantenimiento del generador de electricidad que sostenía el servicio para aproximadamente 50 familias, muchas de ellas asentadas cerca de la bahía Cáceres, lugar donde estaba el puerto y por donde llegaban embarcaciones de ultramar a través del río Paraguay.
Cada nave de ésas era la atracción del pueblo, porque traían de todo para el consumo de las familias de la zona, recuerda. “Teníamos agua en abundancia, pero había que buscar cloro para mezclar, batir y esperar que asiente la suciedad y luego colar con un paño y recién poder beberla”, afirma.
El profesor Leandro, a sus 90 años, muestra con orgullo las distinciones que recibió por parte de la Alcaldía, el Comité Cívico y la Federación de Maestros, entre otras instituciones en gratitud a los servicios prestados.
El 15 de febrero de 1962, siendo prefecto de Santa Cruz Aquino Ibáñez Soruco, don Leandro fue designado corregidor. “No olvido que en las fiestas patrias, las autoridades del lado brasileño venían y compartían con nosotros, había muy buenas relaciones”, comenta.
Pese a las dolencias del corazón y a la diabetes que padece, don Leandro tiene ganas de seguir viviendo pero trabajando. “Aunque las fuerzas ya no son las mismas, mi rutina está centrada en leer periódicos, con preferencia EL DEBER”, cuenta.
Además, mira televisión y escucha radio. “Me gusta saber qué pasa en mi patria, aunque me duele que haya tantos problemas. Creo que debemos buscar la paz y armonía entre todos los bolivianos. Dejemos atrás los problemas que se vuelven conflictos de nunca acabar. Pido a Dios que tengamos alegría y paz”, finaliza.
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