Teresa Jiménez trabajó 30 años en el Lloyd Aéreo Boliviano (LAB) y en 1988, siendo jefa de cabina, viajó durante cinco días con el Papa Juan Pablo II en su visita a Bolivia.
Para Jiménez, que resaltó la beatificación del Papa, recordar los cinco días que estuvo con él, hace 23 años, se convierte en un sentimiento que le emociona. Recuerda de aquellos días, las bendiciones que recibía todas las mañanas de Juan Pablo II. Destaca su sencillez y carisma.
Como creyente católica, antes de 1988, Teresa viajó a Italia y buscando conocer a Juan Pablo II, lo máximo que logró fue verlo a una distancia de la que era difícil distinguirlo. A su retorno al país le informaron que la eligieron para ser la azafata personal del Papa.
“Yo no podía creerlo”, dice.
Tuvo una preparación de ocho meses para no cometer ningún error delante del Papa. Con nervios, emoción y cariño hizo el trabajo que para ella fue una bendición.
“Le encantaba el mate de coca, él le llamaba el té de mate, le gustaba muy dulce”, recuerda sonriendo y cuenta que como él prefería el café destilado ella llevó la cafetera de su casa para atenderlo.
Cuenta también que el Papa no comía sus alimentos si no era en tierra firme, pero cuando vino a Bolivia aceptó hacerlo mientras volaba. Aquella vez tomó una sopa de pollo.
“Me dijo que deje el protocolo porque tenía mucha hambre”, recuerda entre sonrisas.
Ella quería tener recuerdos del Papa y no se explica algunas cosas.
“Yo sacaba fotos de todo lado, comiendo, durmiendo, pero nunca salieron, se velaron. Nunca supe por qué”, dice sin olvidar que él bendecía todos los lugares por donde pasaba mientras viajaban.
“Él era un santo”, repite varias veces recordando que incluso se puso un chulo (gorro de lana) y tocó la armónica de un anciano en La Paz.
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