Llegar al aeropuerto de Viru Viru después de un vuelo de 12 horas no es agradable y se convierte en un calvario aún más pesado que pasar tanto tiempo sentado en un asiento incómodo del avión. El que pretende ser un moderno aeropuerto, un nodo de comunicación en el continente, por ahora es un espacio incómodo y hasta hostil para los que llegan a Santa Cruz.
La fila para acceder a Migración comienza casi a la salida del avión. Las gradas se convierten en el espacio donde el viajero, muchas veces con pesado equipaje de mano y otras tantas, con niños en brazos, deben esperar con paciencia a que los funcionarios de Migración sellen los pasaportes de los que llegan.
Tras una prolongada espera y con el sueño que se arrastra, viene la segunda parte. El domingo estaba el famoso equipo de Rayos X para revisar el equipaje, pero no funcionaba. Mientras tanto, el famoso botón que casi siempre alumbra rojo, obliga a los cansados pasajeros a abrir sus maletas, para que malhumorados funcionarios revisen y desordenen todo el contenido. Entonces, los recién llegados no se sienten bienvenidos ni se muestra que la hospitalidad sea la ley del cruceño, en Viru Viru no es así
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