De las aspiraciones de Patrick Sondenheimer siempre se acordará su abuela, Marianne Sondenheimer, que vivió en directo cómo crecía su entusiasmo desde pequeño hasta que consiguió la licencia para ser piloto. Ella ha sido la única persona de la familia del comandante delvuelo 4U9525 que ha hablado. Sin alzar la voz, compungida y afectada, pero firme: "Irradiaba felicidad. Fue educado para cumplir su sueño y lo logró. Y ahora ocurre esto. Está muerto por culpa de un idiota que mató a tanta gente. No lo puedo entender. ¿Cómo pudo hacer esto? Mi nieto merece la medalla de honor alemana por su intento heroico de entrar en la cabina", explicó a la CNN.
Andreas Lubitz. 13 letras, un nombre y un apellido. Él lo ha monopolizado todo. Él fue el que escondió sus problemas de salud a Lufthansa para poder volar. Él fue el que hizo añicos las bajas médicas para ocupar una vez más el asiento del copiloto. Y él fue el que, presuntamente, estrelló el Airbus 320 de Germanwings el 24 de marzo llevándose por delante la vida de 149 personas. Él, él y él. Siempre él. En las noticias, en las portadas de los periódicos y en las tertulias de la radio. ¿Y el comandante? Congelado eternamente delante de esa "maldita puerta" que nunca se abrió, golpeándola en un infinito intento por enderezar el avión, sobrevolar los Alpes y llegar a Düsseldorf.
Patrick Sondenheimer. 18 letras, un nombre y un apellido. Él es el otro protagonista, el héroe que ha permanecido en el anonimato. Su historia quedó suspendida en el aire y su grito levitando en un eco eterno hacia la salvación. Crónica trató de ponerse en contacto con su familia, pero nadie contestó. Al otro lado, como si la vida fuera una alegoría de lo ocurrido, no hubo respuesta. Las llamadas chocaron con un contestador sin voz y los mails nunca cogieron el vuelo de regreso. Su vida y su rostro se quedaron atrapados en ese trágico 4U9525.
El comandante, con más de 6.000 horas de pilotaje, había trabajado en Condor y ejercido como capitán de vuelos de largo recorrido para Lufthansa, pero en 2014, según el gabinete de prensa de la compañía, decidió cambiar a Germanwings para pasar más tiempo con su familia. A sus 34 años, tenía un niño de tres y una niña de seis que en el momento del accidente estaban en la guardería católica de St. Margereta, en Düsseldorf. Ninguno de ellos volverá a ver a su padre abrir la puerta de casa. Tampoco Elke Bonn, directora del centro, con la que guardaba una excelente relación, charlará más con él: "Era extrovertido, muy positivo, entusiasta, servicial y con un enorme carisma. Siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás e irradiaba felicidad".
Germanwings, compañía de bajo coste filial de Lufthansa, lo había acogido bien entre sus empleados. Patrick era responsable, trabajador y serio. Se incorporó en mayo de 2014 y desde entonces todo había funcionado bien. Él podía pasar más tiempo con su familia y estaba a gusto en su nuevo puesto. Hasta el pasado martes, el día del accidente.
Aún no había salido el sol cuando Sondenheimer salió de su casa en Düsseldorf y se dirigió al aeropuerto. Debió de dar los buenos días con normalidad a su copiloto de esa mañana, Andreas Lubitz, sin sospechar el macabro plan que bullía ya en su cabeza. A las 06.48 ambos pilotos y los otro cuatro componentes de la tripulación partieron de Düsseldorf rumbo a Barcelona. Sólo los seis iban a bordo ya que el avión en su trayecto de ida despegó sin pasajeros. ¿No lo intentó entonces Lubitz porque el avión iba vacío y pretendía hacer el mayor daño posible? ¿O porque Patrick no tuvo que ausentarse de la cabina?
Pasados unos minutos de las 09.00 horas aterrizaron en Barcelona sin novedad y antes de una hora ya estaban embarcando de nuevo. A las 10.00, como estaba establecido, Sondenheimer despegó el Airbus 320 con dirección a Düsseldorf y 149 pasajeros a bordo siguiendo el protocolo. Se sentó, se ajustó el cinturón, puso el avión en marcha y le comentó a Lubitz que no le había dado tiempo a ir al baño, según reveló el último vídeo al que ha tenido acceso la francesa Paris Match.
'Ahora es todo tuyo'
El vuelo transcurrió conforme a lo establecido hasta las 10.27, cuando Andreas instó a Patrick a que fuera al servicio. Este se levantó y lo dejó al mando. "Ahora es todo tuyo", le dijo. Suspiró la normalidad antes de acabar con la rutina. Lubitz cerró la puerta y, a su regreso, el comandante no pudo volver a la cabina. Sondenheimer intentó entrar golpeando el acceso con un objeto metálico, posiblemente un hacha. "¡Por Dios, abre la maldita puerta!". Gritó, gritó y gritó, pero al otro lado sólo encontró silencio. "¡Caída importante, enderécese!", avisó la alarma. El resto se encuentra esparcido en los Alpes franceses, cerca de la región de Prads-Haute-Bléone.
Enric, Josep, Carles, Pablo, Juliane, Soeren, Sören, Frank Adolf, Sarah, Mireia y María Lluisa. 71 letras y 11 nombres. Ellos estaban en las dos primeras filas del 4U9525, sin imaginarse qué ocurría dentro de la cabina. No escucharon a Lubitz dudar del éxito del aterrizaje ni conocían sus pensamientos ocultos. Bebían, comían y charlaban. Hasta que vieron al comandante salir, vocear y buscar algún objeto con el que tirar la puerta. "¡Dios mío!, ¡Oh my god!, ¡Oh mein Gott!", gritaron. En español, inglés y alemán, al mismo tiempo. Pero todos se quedaron congelados, esperando, también, una respuesta, la salvación.
Patrick acabó devorado por el sueño que había alimentado toda su vida. Él siempre quiso ser piloto. No se le pasó por la cabeza otra cosa. Jugaba con aviones de pequeñajo y creció entre libros de vuelo. Ingresó en la escuela de formación de Lufthansa, en Bremen, al noroeste de Alemania, y ascendió con relativa facilidad, acumulando años de experiencia, anécdotas y viajes."Era muy fiable, uno de los mejores pilotos que teníamos", ha dicho un compañero piloto de Lufthansa. "Estoy al 100% seguro" de que hizo todo lo que pudo. "Lo conocía muy bien, era un buen hombre y tenía un extraordinario sentido del humor".
Carolina, Stefanie, Carlos, Jennifer, Charles... Más nombres. Personas anónimas, muchas sin rostro, desconocidas para Patrick y para los fallecidos del A320. Ellas piden un reconocimiento para el piloto, desde Facebook, creando páginas que son eliminadas por el servidor según transcurren las horas, pero en las que solicitan lo mismo que su abuela Marianne: una condecoración por su labor. En cualquier idioma, como los gritos de auxilio. "¡Héroe!, ¡Hero!, ¡Held!". Los mensajes de apoyo aparecen y desaparecen de la red. En español, inglés y alemán. Todos buscando rescatar su historia, sacarla de aquel "maldito avión" y ponerle rostro.
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