Las oficinas de LaMia fueron montadas en una casa pintada de blanco, ubicada en la calle Socori y avenida Paraguá de Santa Cruz, que el martes, a pocas horas de que su nave se estrellara en Colombia, parecía enorme para sus pocos ocupantes, que, sin estar vestidos de negro, guardaban un luto evidente.
Gustavo Vargas se presentó como el director de la empresa aérea. En su oficina de la segunda planta, dijo que son una empresa pequeña, con 12 trabajadores de planta. Fue hace dos años que empezaron a tramitar ante la autoridades competentes la conformación de la empresa.
Demoraron un año en darles la licencia y desde hace un año se lanzaron a los aires.
En una pared de la oficina de Vargas, estaba prendido un papel, donde se podía ver la estructura de la empresa.
Vargas recibía llamadas telefónicas y una mujer se presentó como su médica de cabecera, después de 25 minutos de que habló con la prensa, ella pidió a los periodistas abandonar la oficina, porque ya era hora de que le haga el control médico a Vargas.
Otros funcionarios que estaban en la planta baja, que no pasaban de tres personas, caminaban de un lado a otro con las caras compungidas.
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